La noche de San Juan es, también, la noche del amor. En muchos pueblos, la celebración marca el paso de las generaciones y es el momento para el inicio de nuevas relaciones de pareja y de proyectos matrimoniales. También, en algunos casos, se hacían distinciones entre el papel que cumplen en la fiesta las personas solteras y las casadas. Quienes recién se habían casado recientemente tenían un papel central, marcando el relevo de las generaciones.
Con los cambios demográficos y las transformaciones de las relaciones de pareja, muchas de estas tradiciones se han ido sustituyendo, sin embargo, la noche de San Juan sigue siendo la noche del amor.
La noche del amor según Gerhard
El año 2011, la compañía de danza del Ballet Contemporáneo de Cataluña recuperó una obra inédita del compositor catalán Robert Gerhard (1896-1970), inspirado en las fallas de Isil. Con una coreografía contemporánea, la danza interpreta la noche de San Juan de las fiestas del fuego de Los Pirineos como una noche del amor, la noche en que una cierta permisividad permitía los proyectos de pareja. La obra se estrenó en Esterri d’Àneu en el marco del festival Dansàneu y, posteriormente, fue representada en el Liceu de Barcelona.
La noche de los casados en Les
El amor y el matrimonio estaban fuertemente controlados en las sociedades pirenaicas del pasado. Casarse no era sólo un asunto personal, ya que las decisiones matrimoniales afectaban la continuidad de las casas. Por eso, las costumbres relacionadas con el matrimonio estaban fuertemente ritualizadas, remarcando el rol de cada uno respecto a la boda.
En la fiesta del fuego de Les, las últimas parejas casadas tenían un papel destacado, representando socialmente el paso definitivo de los recién casados desde el grupo de los jóvenes al de los adultos. La tarde de San Pedro, los músicos y los jóvenes iban a buscar en pasacalles a las dos últimas parejas casadas de ese año, una de las cuales preparaba una corona y la otra una cruz de rosas para coronar el haro. Después, formando una comitiva con las dos parejas por delante, se dirigían hacia la plaza donde estaba la gente esperando y donde se hace la quilha (“levantamiento”). Los recién casados -si los hay- deben subir hasta arriba del haro para coronarlo. Después, las dos parejas abrían el baile, al que se añadía el resto de los asistentes.
Una vez adornado el haro, las mujeres casadas regalaban un ramo de flores a sus maridos, para luego ir todos juntos a hacer una merienda a base de queso, vino y aguardiente. Volviendo a la plaza, y con el traje del día de bodas, la primera casada del año abría el primer baile, exclusivo para las casadas durante aquel año, y luego se sumaba el resto. De esta manera, el matrimonio (un asunto privado de las casas implicadas) se convertía en público, en una cuestión también controlada por la comunidad local.
Una pareja que decide casarse la noche de san Juan
A pesar de todos los cambios sociales, la noche de San Juan sigue tendido un aire ritual de noche del amor. El año 2019, durante el programa “El Foraster” (TV3, Televisión de Cataluña), mientras se grababa un programa centrado precisamente en la quema del haro y su preparación, una pareja se pidió públicamente en matrimonio ante el haro, y decidieron casarse por San Juann del próximo año. No es más que una anécdota pero muestra en cierto modo que, a pesar de todos los cambios en las relaciones de la pareja y las consideraciones del amor, la noche del fuego sigue teniendo un papel destacado en los imaginarios colectivos sobre el amor.
A la nit de Sant Joan, a Les, tot és possible 💞 #LesTV3 pic.twitter.com/0YhaAIYlI8
— El Foraster (@elforasterTV3) November 25, 2019
Entre el amor y el interés
La organización social de Los Pirineos, en el pasado, descansaba en las casas como centro de la organización social, económica y política. Las casas se transmitían de generación en generación, a través de la figura del heredero que recibía la mayor parte de las propiedades. Por ello, los matrimonios estaban fuertemente controlados, y eran el resultado de estrategias matrimoniales entre las casas para decidir el futuro del heredero, de los demás hijos y de las hijas. Los capítulos matrimoniales, firmados ante el notario, determinaban los bienes transmitidos a los hijos y a las hijas, así como la cuantía de la dote matrimonial, imprescindible para casarse. Pero, a pesar del fuerte control que ello implicaba y la separación de los hombres y las mujeres jóvenes que tenían muy pocos espacios en común, el amor no estaba ausente de aquellas sociedades.
Había espacios en los que los jóvenes podrían encontrarse. Uno de los espacios principales era el baile, las danzas y, más en concreto, la noche de San Juan, en la que las parejas tenían una cierta permisividad, aunque el espacio festivo no era -como hoy- específico para los jóvenes. En la plaza, y ante el control de la comunidad, los jóvenes podían conocerse y aproximarse a través del baile. Las fiestas del fuego tendrían un papel central como un espacio de encuentro entre hombres y mujeres, especialmente a través del baile.