Pasado y presente

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Las fiestas del fuego han ido evolucionando. Los orígenes son inciertos, pero probablemente muy antiguos. En todo caso, el interés por la fiesta creció con los folcloristas y los estudiosos del Pirineo en la primera mitad del XX. Con el despoblamiento de Los Pirineos, esta celebración entró en una cierta decadencia y muchos pueblos dejaron de realizarla, o bien, quedó como algo solo de niños. Fue más tarde, en los años ochenta, cuando la fiesta comenzó a recuperarse y a tener mayor importancia como símbolo de identidad local y pirenaica.

En los noventa y a principios del 2000, muchas fiestas se reformularon y reinventaron en los formatos actuales, con un gran auge y expansión a nuevos pueblos. La reformulación de la fiesta conlleva también la necesidad de adaptarla a los tiempos actuales, con nuevas prácticas relacionadas con la sostenibilidad, la convivencia con el turismo, o la perspectiva de género. Las fiestas del fuego miran cada vez más hacia el futuro.

Pocas referencias documentales sobre su origen

Resulta imposible definir con precisión el origen de las fiestas del fuego. Según Xavier Pedrals, un documento del siglo Xº del Archivo de la Abadía de Montserrat nos hablaba del lugar de descenso de las fallas en Bagà, en una torre aún conservada donde se encendería simbólicamente el fuego. Referencias más precisas sobre las fallas estarían en un documento encontrado en el Archivo Comarcal de Alt Urgell por Carles Gascón. En este se hace referencia a una sentencia arbitral establecida entre el capítulo de Urgell y el obispo y la ciudad de Urgell, señalándose unos conflictos entre dos términos diferentes, el de Torres y el de Alàs que, de acuerdo con la cita textual, habría provocado muertos y heridos. El conflicto tenía que ver con la celebración de faros y fallas y,  al parecer, se habría provocado producto de una disputa por la jurisdicción concreta del lugar en donde lo querían celebrar unos y otros. Entre otras conclusiones, la sentencia arbitral indica que, de aquel momento en adelante, los vecinos de Torres no podrían hacer faros y fallas en Alàs, y los de Alàs no podrían hacerlas Torres. Otra constancia, del 1763, es un documento de Vilaller donde se hace referencia a la celebración de las fallas.

En el lado francés de Los Pirineos, según el historiador Serge Brunet, los archivos darían fe de una disputa por Sant Joan entre Sant Bertrand de Comenge y Valcabrera (Alta Garona) en 1344: un archivo judicial de la corte del senescal de Tolosa trata de un conflicto entre los habitantes de estos dos pueblos durante la celebración de las fiestas de San Juan. Aunque algunas fuentes mencionan la presencia de brandons en la Época Moderna, las descripciones más detalladas sobre su celebración no se encuentran hasta finales del XIX y principios del XX.

En todo caso, como señalan Riart y Jordà, resulta una paradoja que exista escasa presencia documental hasta prácticamente el siglo XX.

Document amb referència a les falles. Alàs, 1543, (Arxiu Comarcal de l’Alt Urgell)

Documento con la referencia a las fallas. Alàs, 1543,  (Archivo Comarcal de Alt Urgell).

El interés por las fiestas de los folcloristas en Catalunya, Andorra y Aragón

En Cataluña, Andorra y Aragón fueron los estudios del folclore quienes hicieron las primeras descripciones más prolijas sobre las fiestas del fuego.

En 1896, el escritor aranés Jusèp Condò Sambeat publica en el Centro Excursionista de Cataluña un artículo donde describe la fiesta de las halhes, sin identificar un lugar concreto. Condò explica: “A quien no lo haya visto jamás, le parecería que son demonios que se escapan del infierno, mayormente si se reúnen en algún punto de donde se ven siete u ocho pueblos. Terminada la fiesta, llevan todos la falla a sus huertos, para que, ya que está bendecida, tengan mejores cosechas”

Entre las descripciones más antiguas tenemos la de Joaquim Morelló (1904:169) sobre Isil: “entre las costumbres típicas del país se puede citar la de los fallaires, que se conserva con más integridad en el pueblo de Gil. Consiste en correr la noche de San Juan con las fallas encendidas desde un punto determinado de la montaña hasta el pueblo. Falla es un tronco de pino joven dividido de una punta y tachado de teas. A la entrada del pueblo son esperados por las chicas, que así que van llegando les ofrecen un ramo y una copa de vino. Cuando todos han llegado a la plaza depositan las fallas unas sobre otras, quedando hecho el fuego de San Juan. Las chicas empiezan a bailar una sardana alrededor del fuego, y con sus cantos indican a los fallaires cuando pueden entrar en la danza”.

Entre los años 1941 y 1948, los folkloristas realizaron diversos estudios. En concreto, Joan Amades describe las fiestas de varios pueblos pirenaicos, en especial las de Isil, Esterri d’Àneu y Vilaller. Sobre Isil dice “esta costumbre, sobre todo en Isil, está muy viva todavía, y en 1949 hubo 53 fallaires” (1953, vol. IV:51), aunque las presenta, sobre todo, como una fiesta de “la fadrinalla” (los jóvenes en edad de casarse). También hace descripciones de las ruedas de fuego en Andorra y en Val d’Aran. Más adelante, en 1958, es el folclorista Joan Amades quien lo explica haciendo referencia a las fallas a la hora de relatar las tradiciones del día 23 de junio. En el caso de Andorra lo describía así: “los niños hacen fallas con corteza de álamo y con la primera corteza del abedul. Las hacen rodar en el aire, mientras están encendidas, con una rapidez vertiginosa, y producen el efecto de una rueda chispeante, que esparce claror y fuego por el infinito. Estas fallas, encendidas en medio de la pregona oscura de los bosques, se destacan fantásticamente y producen un efecto verdaderamente dantesco.”

Las primeras descripciones de las fiestas en Occitania

En Occitania, también algunos folcloristas y estudiosos locales se interesaron por estas costumbres según una visión, a veces romántica, a veces simbolista, y relacionándolas con costumbres “primitivas”, como Édouard Piette o Julien Sacaze (1877), fundador de la Société des Études du Comminges. Estos señalan, en La montagne d’Espiaup (1877: 249-250) que “el culto al fuego primitivo ha dejado muchas huellas en el Valle del Larboust. El cristianismo se ha apropiado de ciertas prácticas purificándolas; pero en varias localidades, el culto primitivo aún existe y los habitantes lo practican inconscientemente. Hoy en día, en la comuna de Cazeaux-de-Larboust, a partir del 20 o 21 de junio, y durante cuatro o cinco noches sucesivas, los pastores se reúnen en las crestas de la montaña de Arrouy (…) Cada uno lleva un brandon de abeto (halha) y lo ondean sobre sus cabezas describiendo círculos luminosos, descendiendo juntos desde la Bach de Cadaou hasta el pueblo (…).

Hasta hace poco, en Castillon-de-Larboust, la víspera del día de San Juan, cuando el sacerdote encendió el fuego en el brandon cerca del pueblo, se encendió un brandon rival en la montaña, en la cima del Artigom (…) Todavía se hace en Luchon (…) pero sólo los jóvenes y los niños participan en esta fiesta acompañados de bailes y gritos salvajes. En todas las comunas del Larboust, el árbol de San Juan se erige con un año de antelación y siempre se hace, se dice, por el matrimonio más reciente. En Luchon tienen la singular costumbre de encerrar serpientes que se escapan chillando, cuando sienten la llama que sube hacia ellas. Una creencia generalizada en el Larboust es que un pequeño trozo de madera carbonizada, del brandon, desvía rayos y espíritus malignos de la casa, donde se conserva piadosamente”.

Las fiestas en crisis

A pesar de su antigüedad, se produjo una cierta crisis de las fiestas del fuego ya desde finales del siglo XIX, como hemos visto en las descripciones anteriores. Así lo observa el farmacéutico de Graus, Vicente Castán, con ocasión de una visita que hizo a El Pont de Suert a finales del siglo XIX, época en que ya habían perdido importancia: “Todo cae en desuso, y las fallas de origen tradicional pierden nombre e importancia con el transcurso del tiempo; sólo en la mente de algunos se conserva el recuerdo de lo que fueron”. Fue en los años de la posguerra, no obstante, cuando la fiesta entra en plena decadencia, a un lado y otro de la frontera, y muchas fiestas dejaron de celebrarse en las décadas de 1950-1960, coincidiendo con la despoblación y la crisis de la sociedad pirenaica.

Las fallas se habrían mantenido más en los pueblos en los que formaban parte de la fiesta mayor y en otros casos, como en Isil, debido a la popularización que habían tenido gracias a los trabajos de los folcloristas, en especial, de Ramon Violant i Simorra. Sin embargo, en Isil, a pesar de haber mantenido la fiesta, también se tuvo que hacer frente a unos años complicados, en los que el pueblo contaba con muy poca gente para hacer las fallas y bajarlas.

En el lado francés, esta sensación de ruptura no es tan significativa: los responsables de las fiestas señalan una continuidad histórica, a excepción de algunos años concretos (el 2013 con las inundaciones y el 2020-2021 en el contexto de la COVID-19). Pero el territorio de los brandons se extendía más allá de la actual Varosa y Comenge, aproximadamente al sur de una línea que conectaba Lanamesa con Saliàs deth Salat, pero esta práctica disminuyó durante el siglo XX y el territorio de la celebración de los brandons se redujo al actual.

Falles d’Isil, Pallars Sobirà. Fotografia: Català-Roca, 1957
Falles d’Isil, Pallars Sobirà. Fotografia: Català-Roca, 1957

La recuperación y reinvención de las fiestas

Desde los años 1990, y en algunos casos ya en pleno siglo XXI, las festividades se recuperaron en muchos pueblos, actualizándose e, incluso, reinventando numerosas prácticas para darles el formato actual. Este redescubrimiento estuvo impulsado por factores diferentes, como la reivindicación de identidades locales y regionales en Cataluña o en Andorra; la expansión económica de los pueblos pirenaicos gracias al turismo; y una concienciación en torno al patrimonio cultural inmaterial para forjar una construcción de identidad pirenaica transfronteriza. Desde estos años, se han ido realizando acciones de promoción de las fiestas que llevaron a incentivar su recuperación en más poblaciones.

De todas formas, los procesos no han sido los mismos en todos los pueblos, y mientras que en unos siguen siendo celebraciones íntimas circunscritas a la comunidad local, en otros han evolucionado hacia celebraciones muy masivas con una importante presencia de turismo. Pese a esas diferencias, en todas estas recuperaciones hay tres denominadores comunes: la voluntad de proporcionar nuevos elementos de identidad local ante una sociedad global; la presencia de grupos de nuevas generaciones que impulsaron acciones para volver a celebrar fiestas ya en desuso; y el prestigio social que han ido teniendo las fiestas del fuego en Los Pirineos. En todos los casos, sin embargo, las fiestas se han reactualizado, revalorizando sus elementos comunes como las bajadas de las fallas o los brandons.

Falles Isil, 1986. TVE Comarques

Fallas Isil, 1986. TVE Comarques

La patrimonialización de las fiestas y la inscripción en la UNESCO

Junto con los procesos de recuperación de las fiestas, estas se revalorizaron como elemento patrimonial. En Cataluña, Andorra, Aragón y Francia, los diferentes gobiernos fueron declarándolas como elementos patrimoniales, lo que contribuyó a su difusión y prestigio. Muchas fiestas, sin embargo, continuaban siendo un elemento sobre todo local. Fue el proceso de la candidatura de la UNESCO el que contribuyó a su difusión. En todo caso, las fiestas, que tenían originariamente sólo un carácter local, fueron articulándose como un elemento distintivo de la identidad pirenaica, reivindicándose su carácter interfronterizo como un patrimonio común.

En este proceso, el momento más destacado fue la preparación de la candidatura. Presentada por el Gobierno de Andorra, unió a 63 poblaciones de Andorra, Cataluña, Aragón y Occitania que celebran estas fiestas. La preparación de la candidatura supuso un esfuerzo de colaboración entre las comunidades fallaires y los gobiernos. Su presentación implicó todo un ejercicio de geopolítica, pero también de articulación de un discurso común para unas fiestas que, como hemos visto, presentan elementos comunes, pero son, al mismo tiempo, diferentes. Encontrar una denominación en común (finalmente “Fiestas del Fuego del Solsticio de Verano de los Pirineos”) fue también todo un reto.

La fiesta después de la UNESCO

Tras la inscripción de la UNESCO, varios hechos han marcado la evolución de las fiestas del fuego. Por un lado, los encuentros entre poblaciones diferentes han proliferado, sobre todo gracias a la Asociación Cultural de Municipios Fallaires de Los Pirineos (que incluye a Cataluña y Aragón), y el proceso de creación de una Coordinadora de Fallaires con voluntad de ser transfronteriza. En Andorra, los colectivos fallaires crearon, en 2017, la Taula Nacional de Falles de les Valls d’Andorra, con el objetivo de convertirse en la herramienta para salvaguardar y divulgar la fiesta de las fallas.

La Mesa establece estrategias de trabajo conjuntas con el Departamento de Patrimonio Cultural de Andorra para llevar a cabo proyectos de transmisión y garantizar su continuidad… De esta manera, Andorra vela por conseguir la participación directa más amplia posible de las asociaciones, los grupos y los individuos que crean, mantienen y transmiten el elemento festivo, y para asociarlos activamente a su gestión.

Estudios recientes sobre las fiestas del fuego

Recientemente, se han realizado numerosos estudios y publicaciones sobre las fiestas, con autores muy diversos como Sergi Ricart y Xavier Farré (2012 y 2016); Jordi Alsina y Lluís Ràfols (2019); Oriol Riart i Sebastià Jordà (2015); Albert Roig (2017); Xavier Pedrals (2007 y 2017); Mireia Guil (2021); Patricia Heineiger-Castéret (2017); Roberto Serrano y Xavier Farré (2017) y Bernat Menetrier (2018), entre muchos otros. Consulta la sección de bibliografía de este Museo Virtual.

También se han realizado un gran número de vídeos, reportajes y cobertura informativa que antes era mucho más limitada.

Fia faia. Bagà, 2021. Fotografia: Xavier Roigé

Fia faia. Bagà, 2021. Fotografia: Xavier Roigé

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