En aquellos pueblos donde se realiza un descenso de las fallas (en Cataluña y Aragón), al anochecer los y las fallaires encienden el fuego en el faro y luego comienzan a descender. Las fallas se llevan hacia abajo, formando una larga fila de fuego visible desde el pueblo, donde la gente los recibe con aplausos, alegría y música. Por lo general, entran primero los fallaires más pequeños, que han hecho un recorrido más corto y, si hay diversos grupos de edad, los seguirán los medianos. Los adultos serán los últimos en entrar al pueblo, caminando o corriendo, y acostumbran a dar diversas vueltas por las calles de la localidad.
En algunos casos, encienden las fallas de aquellas personas que no los han acompañado al faro. Es un recorrido de gran intensidad y emoción que acaba cuando las fallas se lanzan al suelo, ya sea en la plaza, en el descampado a la salida del pueblo, o bien, para encender la falla mayor. El fuego ha bajado de la montaña y los fallaires, como sus transmisores, simbólicamente lo han restituido a la comunidad. La noche continúa con bailes, danzas y música hasta la madrugada.
Los faros
El faro (far, haro, taro) es una palabra que viene del griego pharos, nombre propio de la isla de Pharos. Probablemente se aplicaba a las hogueras de señales con fines bélicos y defensivos, pero también tiene connotaciones religiosas y rituales. A su vez, habría tenido una utilidad práctica, como punto de referencia lumínica. En algunas localidades, los faros se ubican en ermitas o capillas y llevan, por tanto, la denominación de ese lugar (como la ermita de Sant Quirc, en Durro, o la de Sant Aventí, en Bonansa). A lo largo de la historia, los emplazamientos de los faros han variado y, en general, han tendido a ubicarse más próximos al pueblo para hacer más cortos los trayectos de la bajada.
Con todo, en algunos pueblos la altura del faro es considerable: en Taüll a 1.760 m.; en Boí a 1.460 m. y en Isil a 1.530 m. Pero, más allá de su ubicación, los faros tienen un valor simbólico importante; son el punto desde donde el fuego se enciende y será llevado al pueblo. Por lo general, es ahí donde la comitiva fallaire cena, esperando que oscurezca para encender el fuego, un momento ritual que implica la renovación de la llama que llevarán de nuevo al pueblo a través de sus fallas.
Los descensos de las fallas: las serpentinas
Uno de los momentos culminantes de la fiesta es el descenso de las fallas al anochecer. Entonces, los y las fallaires encienden sus fallas a partir del faro. Es un momento mágico que llena de luz la oscuridad y da comienzo al descenso en orden de la comitiva fallaire. Los itinerarios son más o menos largos, lo que depende de la ubicación del faro, la calidad de los caminos y si se baja directamente a través de la pendiente. Por ello, la bajada puede variar entre unos pocos minutos y los tres cuartos de hora.
De lejos, la gente del pueblo, e incluso de otros pueblos, puede ver una impresionante escena visual: las antorchas bajando ordenadamente desde la montaña en forma de una serpiente siguiendo la forma de los caminos.
La emoción está presente en el descenso y se entremezclan el esfuerzo físico, el peso de las fallas, el humo y el ruido de las chispas del fuego. Es frecuente que los y las participantes comiencen el recorrido desde diferentes lugares según su edad: los infantes suelen comenzar de puntos próximos al pueblo y acostumbran a ser los primeros en llegar, los siguen los de mediana edad y, finalmente, los adultos.
La llegada al pueblo
La llegada de las fallas al pueblo es todo un acontecimiento. Allá el resto los habitantes espera el arribo de sus “héroes” y “heroínas”, quienes traen el fuego a la comunidad.
En muchos pueblos, sobre todo en Ribagorza, los y las fallaires entran al pueblo corriendo con las fallas, entre los aplausos del público que los espera. Suelen dar diferentes vueltas por la localidad en un recorrido previamente establecido. En otros pueblos, como Bagà, la gente que no ha subido al faro enciende sus fallas con el fuego de las de quienes han descendido.
En Isil, la comitiva fallaire va al cementerio y con la punta de la falla encendida hacen una señal en el portal, en homenaje a sus antepasados. En otros lugares, se dan tres o siete vueltas en torno a la Iglesia o la plaza. También, los hay en que se recorre todo el núcleo antes de avanzar lentamente a la falla de la hoguera, que, con el incremento del combustible, se transforma en un espectáculo impresionante. En Arties, los y las fallaires recorren las calles con el taro y, mientras lo llevan encendido arrastrado por medio de cuerdas, la gente va saltando sus llamas.
Hacer girar las fallas encendidas
En Andorra, Saún (Ribagorza aragonesa) y Les (Val d’Aran) las fallas tienen la particularidad de que se hacen girar. El caso de Andorra es singular pues pese a que, en los orígenes de esta celebración, los protagonistas eran niñas, niños y jóvenes, cuando se recupera en los años ochenta del pasado siglo, se decidió que los más pequeños no llevase fallas, debido al riesgo que suponía la manipulación del fuego. Sin embargo, con el paso del tiempo se consideró necesario incorporarlos a la fiesta, para lo que se creó una nueva falla: una falla luminosa sin fuego que pudiesen hacer girar, convirtiéndose en los fallaires de luz.
Estas fallas son unas bolas de luz que van cambiando de color. En Andorra la Vella, cuando un fallaire alcanza la mayoría de edad pasa de rodar fallas de luz a fallas de fuego. Ocurre entonces el ritual del “bautizo de fuego”, que tiene lugar en la placeta de Pujal, antes de comenzar la quema, y que consiste en quemar una falla tradicional al son del fabliol (un tipo de flauta) y el tamborí (tambor pequeño), con la canción “mes peres que fulles…”. La celebración de las fallas de Andorra está en constante evolución y transformación.
Jugando con el fuego
En muchos pueblos se juega de diversas formas con el fuego, desafiándolo. En Bagà, en la plaza porticada, los portadores de las fallas hacen caer las brasas al suelo y juegan a intercambiárselas, lanzándolas por el aire. En Arties y muchos otros pueblos, se salta por sobre las hogueras o las fallas que están en el suelo. Los juegos con fuego son momentos de catarsis colectiva, un fuego que se comparte entre quienes lo han traído desde la montaña y la gente del pueblo que lo recibe. El fuego es el elemento de unión, la comunión identitaria entre vecinas y vecinos que asisten a la fiesta.
El fuego, símbolo de la comunidad
El juego con el fuego es una forma de controlarlo y el preludio de la fiesta que continúa durante buena parte de la noche. Como si fuese un ritual de paso, los y las fallaires ya se han integrado a la comunidad y les llevan el fuego, símbolo de la unión entre los habitantes del pueblo. Controlado el fuego, la fiesta continúa con música, baile y danzas.